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lunes, 25 de enero de 2016

Nuestros ancianos



Recordemos que la mente es la fábrica humana, de allí nace todo, incluida la sensación o estado de vejez. Es una costumbre establecida en el cerebro por el pasar de los años, deterioros autoinfligidos y mantras negativos que conducen a la mente a un estado de postración y que poco a poco apagan el fuego de la vida.

¿Cuáles son estas costumbres destructivas?
Son costumbres que acaban con la esperanza, que hacen que los ancianos hagan lo mismo que el resto, que se apacigüen y se depriman:

·      Quedarse quietos
·      Olvidarse de la autoestima
·      Descuidar el cuerpo
·      No pensar a mediano y largo plazo
·      Dejar de actuar y de producir ideas
·      Dejar de crear
·      Adoptar siempre una actitud crítica y vigilante
·      No aportar

Son tan comunes los comportamientos anteriores, que es realmente difícil encontrar una persona mayor que tenga mentalidad práctica, ágil y desprovista de prevenciones y miedos. Por triste que parezca el miedo, está prácticamente escriturado a los viejos. Ser anciano es sinónimo de tener miedo: en la parte mental, por inseguridad, y en la parte real, y justificado, por el olvido injusto de los jóvenes de su gente querida, de su historia más próxima.

¿Cuáles son los deterioros autodestructivos?
Son todas esas disciplinas horribles que conducen a la enfermedad y a la locura, las dietas absurdas, la inconciencia en el cuidado general de la máquina humana, la falta de entrenamiento, o mejor, la finalización de las actividades intelectuales y de la memoria, el olvido total del esparcimiento y la diversión, el escapismo de la razón y de la lógica, aun en las actividades devocionales.

Es urgente cambiar esa mentalidad, cuidar el cuerpo, que es el sagrario del Cristo interno, es necesario retomar nuestras viejas inquietudes: ¿qué es balanceado?, ¿cuáles son los antioxidantes?, ¿cuáles son los alimentos anticancerígenos?, ¿cómo rejuvenecer?, ¿qué ejercicios nos mantienen elásticos y tonificados? Para el ser humano, es indispensable la práctica de la meditación, de tener la mente activa y el cuerpo saludable.

¿Cuáles son los mantras autodestructivos?
Son frases que se repiten a diario, llenas de autocompasión, que inactivan la mente en lo positivo y la hacen trabajar a toda marcha para la autodestrucción y el deterioro. Algunos ejemplos son:

·      “Yo ya no sirvo para nada”
·      “Yo ya no cuento para nada”
·      “Me he vuelto lento”
·      “Soy un estorbo”
·      “Es mejor estarme quieto”
·      “Ya la cabeza no me funciona”

Morir con menos de 100 años es realmente prematuro, pues la verdadera esperanza de vida de nuestra humanidad es mucho más extensa: tiene un equilibrio entre los 700 y 750 años, pero nuestro cuerpo no está hecho para perdurar más de cien años, infelices y autocompasivos. En el futuro, la esperanza de vida aumentará, pues será una prioridad general, tal como sucedía hace setenta mil años, y aunque en este momento esta afirmación parezca una locura, a la fecha tenemos ejemplos de algunos seres de enorme desarrollo interno, en China, India y Nepal, que tienen su cuerpo desde hace miles de años, pero esto, obviamente, es cuasi secreto.

Los ancianos son nuestra responsabilidad moral, ellos son la memoria de nuestra casa y de nuestras células, sus ojos, oídos y sensaciones son la memoria testigo del arte que el tiempo dibujó en el espacio, son los protagonistas amorosos del esfuerzo y el sacrificio necesarios para que fuera posible nuestra existencia, la de nuestros padres y abuelos. Ellos son la biblioteca maravillosa en la que podemos consultar siempre.

Nuestros mayores son la representación física del anciano del tiempo y de los días que vive en nuestro corazón, ese padre navidad de cabellos y barbas blancas, por esto, los ancianos son sagrados en las civilizaciones antiguas. Tienen defectos, claro que tienen defectos, muchos, pero son ellos nuestro examen, la posibilidad que nos brinda el cielo para que aprendamos a amar sin esperar retribución, para experimentar la ternura que se encuentra en la gratitud, para vivir el recuerdo respetuoso, en nuestros actos, de su amor por nosotros.





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