Writen by
Hilda Strauss
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Los mexicanos
saben y comentan con nostalgia cómo Ciudad de México, Distrito Federal, una de
las más grandes del mundo, está construida sobre lo que probablemente sería la
ciudad más grande de la Tierra en su época: Tenochtitlán.
Hoy se sabe
que Tenochtitlán contaba con más de 300.000 habitantes y que era una ciudad
enorme y lindísima. Tan maravillosa fue, que el mismo Hernán Cortés nunca pudo
describirla como se mecería; era bellísima, limpia, muy bien organizada y mucho
más grande que la Sevilla de 1500.
De las
crónicas de Cortés podemos visualizar a Tenochtitlán como una ciudad casi sobrenatural,
construida en una isla en el centro de un lago salado, a la que se podía
acceder por cuatro monumentales puentes de piedra. Sus calles eran espaciosas,
rectas y ordenadas, cruzadas todas por canales de agua navegables, todos de una
belleza indescriptible. Las construcciones de vivienda y templos parecían hechos
de manera milagrosa; en España no existían construcciones ni tan altas ni tan
soberbias.
El templo
principal le llamó mucho la atención al conquistador, que lo describió como una
edificación gigante, de una magnificencia extraordinaria. Tenía paredes muy
altas y emanaba una luz sobrenatural que no evidenciaba su procedencia, y tenía
cuartos y pasillos casi irreales. Era más grande que la misma catedral de
Sevilla, con más de cuarenta torres altísimas, con escaleras y accesos asombrosos.
Cortés se fascinó
con Tenochtitlán, pero esto no evitó que la destruyera completamente para
fundar la nueva España. Sobre la gloria de la antigua Tenochtitlán está hoy Ciudad
de México, y es muy probable que ni nosotros ni las generaciones venideras
lleguemos a ver todas las maravillas que se encuentran bajo sus barrios y edificios;
seguramente, Tenochtitlán nunca será desenterrada.
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