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viernes, 6 de enero de 2017

¿Quiénes somos y de dónde son nuestras almas?



Como consecuencia de la gran cantidad de descubrimientos, nuevas teorías y acontecimientos hemos visto cómo los cimientos de la historia, así como la conocemos, se ha ido rompiendo y desmoronando.

Lentamente, nos hemos encontrado con casos que desmienten la gran y elaborada mentira de nuestra humanidad: esa narración absurda que dice que provenimos de los primates, cuando no es así; que dice que el ADN humano tiene apenas cinco millones de años de evolución, lo que tampoco es cierto; o que la Edad de Piedra fue apenas hace dos millones de años, cuando se han encontrado artefactos de una tecnología incomparable con dataciones mucho más antiguas.

Por todo esto, y por muchos otros ejemplos, hemos podido corroborar que la historia ha sido mal contada, que los libros del saber universal van a pasar a ser solo curiosidades anecdóticas, que la historia es mítica, llena de inexactitudes, y que la ciencia tiene gran cantidad de dogmas de fe.

Hace algunas décadas, era todo un escándalo hablar de inteligencias extraterrestres o de la siembra del ser humano en este planeta, pero, afortunadamente, el tema se ha impuesto de manera inevitable. Ha sido tal la cantidad de avistamientos y de interacciones de personas con seres de otros muchos, que, simplemente, es imposible callarlo u ocultarlo. Y es que sabemos de personas de gran influencia hablar del tema, grandes físicos, científicos, premios Nobel, astronautas y otros miles de personas dedicas al área del saber, que con deducciones o experiencias han afirmado, sin miedo, la existencia de inteligencias extraterrestres.

En los libros sagrados podemos ver cómo se habla de la existencia pasada de otras humanidades. De esto hace miles de millones de años, y no estamos hablando de civilizaciones, sino de humanidades completamente distintas a la nuestra; nos referimos a los lémures, a los hiperbóreos, a los atlantes y a los polares.

Pero ¿quiénes son? Se trata de nuestras mismas almas, encarnadas en cuerpos superiores en eras pasadas, en épocas en las que teníamos nuestros sentidos despiertos y acceso ilimitado a la memoria. Y ¿quiénes somos nosotros? Gente de otro lado que ha vivido un proceso de adaptación, no solo del cuerpo y de la información genética, sino también del alma, de su transmigración en distintos cuerpos adaptados a este planeta-escuela; pero esa siembra, esa llegada y esa adaptación no ha sido improvisada.

Desde mundos muy lejanos, inteligencias inmortales han estado presentes entre nosotros para evitar que se rompa el hilo de la memoria, para custodiar el puente de los cuerpos con el tejido de la luz del mundo. Son seres prodigiosos que vienen de otros mundos para supervisar nuestra adaptación, seres como Cristo, Buda, Babaji, Lao Tsé o Sheitania, quienes tienen sus almas unidas a cuerpos de luz en permanente vida, en estado de permanente resurrección, en cuerpos eternos que siguen otras leyes, pues su reino no es este mundo. Son seres inconcebibles para nosotros que merecen todos los apelativos imaginables, son más que ángeles, son cuánticos, es decir, superan las dimensiones, las distancias y el espiral del tiempo. Son seres que están más allá de nuestros conocimientos y discursos, están más allá de nuestras deducciones, vienen de mundos con otras leyes, vienen de aquellos lugares del cosmos que los hindúes mencionan como “krishnalokas”. Para ellos el tiempo, el espacio y la eternidad no son como los entendemos nosotros, ellos viven en la infinita perfección de las esferas, en los puentes de comunicación de las distintas dimensiones; ellos saben de estos puentes, los crean, los ven, los activan y los desactivan; para ellos no hay barreras, ni paredes ni obstáculos; ellos no necesitan naves para llegar a la Tierra; sus presencias están unidas al tejido del ‘darma’ en el cosmos; están unidos a nosotros por hilos comunicantes, en el poder del corazón.

En el astral de nuestro ADN se encuentra la memoria consciente; esa memoria que está en el aura mental que rodea los puentes de hidrógeno que hacen posible que el ADN sea una escalera de doble espiral. Y allí está la memoria que estos seres inmortales se han encargado de proteger a través de los milenios.

Y es que esa memoria, esa estructura y construcción son supremamente sofisticadas; en definitiva, vienen de afuera. Nosotros somos sembrados, somos adaptados, somos importados. Si nos miramos al espejo, tenemos que ver cómo esa eternidad de evolución no puede tener apenas cinco millones de años; esa es una mentira sistemática. La evolución humana tiene tantos millones, miles de millones de años, como no podemos imaginar.

La prueba más grande de que somos traídos o importados, es la fragilidad de un bebé: somos tan delicados que, si lo abandonamos a su suerte y no le procuramos los mínimos cuidados, no sobrevive. Somos tan sofisticados, que no hay otra explicación distinta a que nuestra encarnación fue guiada por seres crísticos y ángeles, en las primeras adaptaciones de nuestro mundo, hace millones de años.

Son muy pocas las evidencias que aún sobreviven de otras humanidades, como la atlante o la hiperbórea, pero sí encontramos evidencias de los remanentes que formaron nuestra actual humanidad. Son tantas las coincidencias de lo encontrado y tantas las enseñanzas de las civilizaciones que nos antecedieron, que es casi imposible negarlo. Y es que encontramos un sinnúmero de pruebas, como el ejemplo de la estela maya que muestra con claridad un astronauta en pleno despegue con maquinaria sorprendente, o el caso de las estatuillas ocres de cerámicas japonesas, llamadas “figuras dogu”, que muestran con claridad figuras humanas utilizando casco y escafandra.

También entendemos la realidad de las inteligencias extraterrestres cuando vemos las antiquísimas figuras o dibujos australianos de los vonyinas, que tienen vestidos de burbujas en la cabeza, o cuando vemos los dibujos tassili de la gente del Sahara.

Si observamos los sillares de piedra de Baalbek, nos encontramos con unas dimensiones desproporcionadas, como si hubieran sido diseñadas para gigantes. Para construirlas, además, se tuvo que utilizar una tecnología fuera de este mundo; de esto no hay duda.

No solamente existen las inteligencias extraterrestres, sino que también podemos afirmar que están entre nosotros, porque nosotros mismos no somos de aquí: somos importados. Siempre han estado, han venido, se han comunicado con nosotros, nos han custodiado, nos han guiado con las almas más excelsas que existen en esas civilizaciones; son los cristos, los ángeles, los vonyinas, los dogus; los maestros poderosos, los chamanes antiguos, los instructores iniciales de la humanidad.


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