Writen by
Hilda Strauss
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Es muy
probable que cada uno de nosotros conozca la historia de Noé y el gran diluvio.
Esta narración, que conocemos principalmente de la Biblia, relata de manera muy
detallada el acontecimiento del diluvio y la exterminación de una avanzada civilización,
pero podemos resumirla de la siguiente manera:
“En la época
de Noé, Dios, arrepentido de haber creado a los hombres, decidió exterminar a
toda una civilización en castigo de su maldad, y ordenó a Noé fabricar una nave
y en ella solo se salvaron él, su familia y parejas de animales”.
Curiosamente,
no solo en el Antiguo Testamento aparece una narración del gran diluvio, un
patriarca justo y la respectiva arca que este construyó, sino que, de hecho, en
muchas otras mitologías y libros sagrados podemos encontrar historias que se
asemejan de manera sorprendente.
Comencemos
por la mitología griega, en la que la narración cuenta que Júpiter, dios de dioses
y hombres, vio que la maldad crecía y resolvió destruir a la humanidad, pero
decidió también salvar a Deucalión y a su esposa Pirra, las dos únicas personas
justas que quedaron. Júpiter le ordenó que fabricara un arca y encerrara allí a
una pareja de cada animal.
Para los
nórdicos también existe una leyenda, una narración unificada en la que se habla
de naves luminosas que descienden de los cielos y otras que producen fuego e
inundación. Aquí también existe una nave en la que se salvan ciertos
individuos.
En la
tradición china encontramos, así mismo, un acontecimiento idéntico y la figura
patriarcal estaba encarnada en Peirun, “el hombre amado de los dioses”. La
leyenda narra la travesía de este héroe antiguo, su esposa, sus tres hijos y
nueras, que construyen una embarcación de luz para salvarse de las aguas, pero
que antes tendrían que llenarla con la “semilla” de cada animal y de cada
vegetal conocido.
Para los persas
también existió el diluvio, el arca era de barro y su patriarca se denominaba
Yinna.
En la
literatura hindú también se habla de la gran inundación en la historia de Manú,
en los libros sagrados llamados Puranas.
En ellos se relata acerca de “un pez de las aguas que comentó a Manú que se
avecinaba el gran diluvio y, con este aviso, construyó una embarcación para
esperar hasta que pasara el peligro, y al terminar la lluvia y bajar el nivel
de las aguas el barco estaba en la cima de una montaña”; esto también se
comenta en toda la literatura védica.
Yéndonos al
continente americano, encontramos esta misma narración en las tradiciones de
grandes culturas, como toltecas, aztecas, incas, chibchas, coreguajes,
andaquíes, caribes, mayas y los mapuche del actual Chile. En cada versión se
habla de un gran diluvio y de un sabio o patriarca y su familia que se salvan
en un arca. Los nombres en cada uno son distintos y tienen leves diferencias,
pero la esencia de la narración se mantiene.
La azteca, en
particular, narra acerca de “la gran inundación en la que las aguas de todas
las direcciones se juntaron para borrar el horizonte, era la época de los
gigantes que en el Cielo eran eternos y en la Tierra alcanzaban edades
increíbles”.
La mapuche también
habla de la gran tempestad y el hundimiento. Describe con especial detalle una
nave misteriosa, con ciertas medidas y especificaciones, que luego del diluvio
termina en la cima de una montaña. También habla del patriarca, su mujer y sus
tres hijos que se encargarían de dar origen a todas las nuevas subcivilizaciones.
Volviendo al
continente asiático, encontramos una narración de especial importancia en la
tradición asirio-babilónica. La encontramos en una tablilla desenterrada en la
excavación de Nínive, cerca al río Tigris, y que dice textualmente: “Los dioses
Anú, que llegaron de otra parte, están liderados por un joven, que es el más sabio
y se llama Enlil. Ese iluminado consulta con el consejero Ninurta, que también
viene de fuera, y deciden exterminar la raza humana. Solo encuentran a un ser
bueno, de corazón evolucionado, un hombre de luz llamado Uta-Napishtim y a él
ordenan construir una nave. Él renuncia a sus privilegios y construye una nave con
los conocimientos de la gente de Anú, y en ella introduce una semilla de todo
ser viviente. Luego, surge una nube negra, encargada y dirigida por los Anú que
desató una tempestad que anegó esas tierras e islas y al séptimo día todo se calmó”.
Este relato pertenece al grupo de Gilgamesh.
Por último,
revisemos el pasaje que aparece en los papiros de Qumrán, que retoman la
historia de Noé. Aquí encontramos cómo Lamec, padre de Noé, al regresar de un
largo viaje encuentra a su esposa con un bebé en brazos; un bebé con apariencia
luminosa y resplandeciente que parecía de otra raza. Al ella jurarle no haber
yacido con ningún hombre o “gigante hijo de dios”, Lamec decide consultar con
su padre Matusalén y con el sabio Enoch, y se entera de la profecía del diluvio
y del gran papel de Noé como el padre de la nueva civilización.
Reuniendo
todas estas narraciones, tradiciones, historias antiguas y relatos similares de
varias civilizaciones, observamos que todas coinciden con un gran diluvio que
extermina una civilización prominente, salvando a unos pocos. Esta gran
destrucción coincide con el cataclismo de la Atlántida y es innegable que la
Nueva Humanidad fue determinada por intervenciones de seres del espacio
exterior.
Todas las
arcas de las diferentes historias universales, incluido el carro de fuego que
arrebató a Enoch, fueron naves extraterrestres, y seres iluminados y
conscientes como Xisuthrus (Caldeo), Noé, Deucalión, Peirun, Ubaraturo, Coxcox,
Yinna, etc., no fueron más que patriarcas extraterrestres que dieron origen a
esta humanidad.
En definitiva,
podemos decir que todas estas narraciones hacen parte de la historia de nuestra
tierra, memorias que se repiten a través del registro místico humano en los
espirales astrales que corren alrededor del ADN físico. Esta es la verdadera
memoria akásica.
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