Writen by
Hilda Strauss
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Con cada día
que pasa, los términos de la ciencia moderna “se parecen” cada vez más a las
enseñanzas espirituales. Por ejemplo, las 12 partículas subatómicas se parecen
mucho a los 12 números mayas primordiales, los 12 conceptos de la creación.
Cuando
estábamos en el colegio, nos enseñaron que el átomo estaba compuesto de tres
elementos: los protones, los neutrones y los electrones. En las escuelas de
hoy, esta teoría cambió, ya no son tres, sino 12. Todos esos quarks y muones de
la física coinciden de manera extraordinaria con los números mayas y con sus simbologías.
También las
simbologías de los persas con fuerzas descubiertas, que por ahora son cuatro,
faltan dos por descubrir para completar las seis; los seis lenguajes del
universo a los que se refieren los libros sagrados.
Una teoría
que se acerca aun más a las ciencias del alma es la “teoría de cuerdas”,
también conocida como “Teoría M”. En ella se manifiesta que los electrones, que
creíamos que eran un puntos que giraban alrededor de un núcleo, realmente no son puntos
sino hilos o una cuerdas y, dependiendo de cómo vibre esa cuerda, así se
define la materia.
Si observamos
los conocimientos que dejaron los mayas en Chichen Itzá, lo que dicen las tribus
indígenas de los navajos, los apaches y los comanches en Norteamérica, y
recopilamos varias historias dravídicas de India, nos damos cuenta de que todas
dicen que el universo es una ilusión que se compone de esferas infinitas. Cada
una de estas esferas es un mundo y cada una camina y deja un rastro; un rastro
como un hilo, siempre en espiral, que nunca desaparece y que se mueve en distintas
formas. Estos movimientos son la memoria que, como el alma, es eterna.
La teoría de
cuerdas, y sus vibraciones, son muy parecidas a los hilos de luz de los navajos,
son hilos que están en el sueño del espacio y que son música y color. Es curioso:
en la actualidad, vemos cómo muchos científicos utilizan los mismos recursos de
los antiguos para explicar las teorías modernas, con la diferencia de que los
antiguos eran mucho más avanzados.
En este
momento, nos encontramos como observadores, viendo cómo la ciencia y la espiritualidad
corren en paralelo, y viendo, cada vez más claramente, que al final sus caminos
se cruzarán, se unirán, para así volverse un solo concepto, un solo
conocimiento.
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