Writen by
Hilda Strauss
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La pregunta
¿estamos solos en el universo? es uno de los cuestionamientos más repetidos a
lo largo de nuestra historia y en la actualidad.
Existe un
sinnúmero de incrédulos que afirman que es imposible la existencia de otras
vidas inteligentes en el universo, pero, ¿cómo es esto posible, si existen en
el espacio millones y millones de estrellas, galaxias, nebulosas y
cúmulos, en los que se presentan infinidad de posibilidades de planetas
orbitando como el nuestro?
Así mismo,
existe la prueba irrefutable de una gran cantidad de avistamientos de ovnis en
las últimas décadas y la evidencia histórica de inteligencias extraterrestres
en toda clase de inscripciones, estatuillas, objetos y relatos de antiguos
grupos humanos.
Uno de los
descubrimientos más grandes de la arqueología, por ejemplo, es el colosal
complejo de Palenque, en Chiapas, México, donde encontramos una talla muy
particular: la pieza es la tapa de un sarcófago de la tumba de Pacal y
representa a un hombre inclinado sobre una máquina de gran complejidad,
manejando una nave. Como esta, existen muchas imágenes de “dioses voladores” y
hombres con cascos protectores en lo que a la fecha se ha descubierto de los
pueblos mayas y aztecas. Además, recordemos que no se ha desenterrado ni diez
por ciento de lo que dejaron estas civilizaciones.
En el Museo del
Louvre podemos encontrar otra pieza de especial relevancia: se trata de la
talla Naram-Sin, que fue descubierta en la actual Siria y data de tres mil años
antes de Cristo. Esta talla indiscutiblemente representa, con detalle
sorprendente, una imagen con forma de cohete. Además, podemos apreciar en ella
representaciones de estrellas y figuras humanoides, entre ellas, una se destaca
por su particular tamaño, que en proporción correspondería a un ser con una
estatura de 2,6 metros.
Pero ¿Astronautas, gigantes, misiles y cohetes en el
tercer milenio antes de Cristo?
Otra pieza
maravillosa, encontrada también en Siria y que data de la misma época, retrata
un sistema solar de detallada complejidad y que presenta, además, no nueve sino
diez planetas. Como sabemos, el décimo planeta fue descubierto por la ciencia
hace apenas unos años. ¿Cómo es entonces posible que se supiera de su
existencia hace tantos miles de años? o ¿cómo desde la antigüedad ya se conocía
como Nibirú, un planeta pequeño de órbita extraña? En la talla también vemos a
un hombre retratado, un gigante, por sus proporciones.
Otro ejemplo
lo encontramos en las Américas precolombinas, donde existe el mito de Bochica,
que tiene una clara influencia extraterrestre. En este se ilustra a Bochica, un
señor blanco, muy alto, de luengas barbas, ojos claros, túnica resplandeciente
y una rara emanación de luz, que flotaba en el aire y que les enseñó a los chibchas
el conocimiento de la siembra y la alimentación. Todo indica que era un ser
venido de otros mundos, que no envejecía y cuya aparición y desaparición
ocurrieron de forma extraña e inesperada.
Si nos dirigimos
ahora a Líbano, encontramos el famoso complejo de Baalbek: una construcción
misteriosa y antiquísima, donde se encuentran piedras enormes, talladas de
manera tan precisa, que pareciera que hubieran sido grabadas con tecnología láser.
Así mismo, nos queda la incógnita de cómo se transportaron aquellas gigantescas
piedras hasta ese lugar. Similares en material y corte, encontramos en Bolivia
otro complejo de ruinas de piedras formidables, grabadas con diseño tan moderno
y tecnológico, que pareciera sacado de la Guerra de las Galaxias.
Estos son
algunos ejemplos de las innumerables contradicciones y casos particulares que refutan
la teoría de que somos los únicos seres inteligentes del universo; pero, como
estos, existen muchísimos más.
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