Writen by
Hilda Strauss
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Se piensa que
la celebración del Día de la Madre se originó en Inglaterra en el siglo XVII o
en Norteamérica a principios del siglo XX, aunque no se sabe con certeza. Pero,
sin interesar la fecha de su origen, lo que realmente importa y llama la
atención es que esta celebración nació con un noble objetivo: homenajear y
honrar a la más bella misión de la mujer.
Desafortunadamente,
se ha convertido en una gran empresa comercial, en la que lo importante no es
la madre, sino el dinero que se mueve, la mamá es apenas una triste
justificación.
Han quedado
en el pasado los regalos preparados con anterioridad por parte de los niños y
jóvenes; esos regalos que se hacían con la ilusión y ternura de sorprenderla
con un obsequio especial. Hoy, los hijos recuerdan la fecha, pero prima más la
angustia y la prisa de “llegar con algo”. En ese proceso de ser víctima del
ruido comercial, confunden de manera lamentable la necesidad del hogar con el
gusto personal de la mamá, esa es la causa real de los regalos absurdos,
necesarios en el trabajo de aseo y cocina, e impensables como homenaje a la
persona que nos dio la vida.
Además, vemos
que las madres en su día especial deben sufrir una multiplicación de sus
quehaceres y atención de muchos comensales que están seguros de merecer tales
cuidados solo por el hecho de ir a visitarlas. Vemos a las madres agradecidas
que magnifican la presencia de aquellos hijos que solo las recuerdan dos o tres
veces al año, ellos se acostumbran a su humilde gesto de gratitud y acaban
pensando que son dignos de favores y cortesías, por la sola razón de existir.
A pesar de
todo lo anterior, el Día de la Madre es la perfecta ocasión para analizar el
comportamiento de padres e hijos, desde el punto de vista de la consideración,
la educación y el protocolo, y no como sujetos de las veleidades
mercantilistas.
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