El origen del mundo es uno solo y todos nosotros tenemos en nuestra memoria astral y ancestral los mismos principios e inquietudes, sin importar las creencias o convicciones.
Todos los seres humanos tenemos una intuición y una memoria que siempre apuntan a la verdad, y es por esta razón que, en algún punto de nuestra vida, nos hemos cuestionado o nos cuestionaremos cosas como: ¿solo hay una vida?, ¿qué sigue después de la muerte?, ¿hay libre albedrío?, ¿existen los extraterrestres?, ¿hay varias dimensiones o solo esta, física?, ¿quién lo dice?, ¿qué se ha hablado de otras dimensiones?, ¿quién lo ha dicho?, ¿expertos o empíricos?, ¿expertos en qué?, ¿quién ha determinado quienes son los expertos?
Así como las anteriores hay muchas preguntas que se cuestionan sobre la existencia, la muerte, la vida, la reencarnación, la misión del ser, la espiritualidad y las religiones. Todo esto es sumamente valioso, pues nos acerca a la verdad, pero es entonces que debemos mirar hacia el pasado y observar los miles de coincidencias que existen entre la espiritualidad y la ciencia, y entender que muchas de las preguntas ya tienen respuesta.
Si observamos, por ejemplo, los libros sagrados, vemos que entre ellos existen un sinnúmero de similitudes, y es que ninguno es copia del otro, sino que forman parte de la memoria colectiva increíble a la que estamos conectados todos los seres humanos, así algunos aspectos sean desconocidos para nuestra civilización moderna.
Un ejemplo maravilloso son los relatos y estudios de los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, famosos por cuentos tan bellos como ‘La bella durmiente’, ‘Cenicienta’, ‘Blanca Nieves’ y ‘Hansel y Gretel’. Ellos no solo fueron espléndidos autores, sino grandes estudiosos de la lengua alemana, del saber antiguo y del origen del conocimiento de las civilizaciones; eran, además, expertos en la Edda antigua y tradujeron de manera sorprendente los textos casi rúnicos de Noruega y Finlandia. Existe un libro magnífico de estos hermanos que nunca salió a la luz, por su contenido absolutamente escandaloso para la época, en el que relata el origen divino de las lenguas, que estaba fundamentado en el conocimiento que ambos tenían sobre los Ases, los Vánen, las tierras misteriosas polares y sobre los seres de la “Luz verde del alba”.
Los hermanos Grimm fueron unos sabios sin iguales, expertos en las lenguas muertas y en las antiguas; sabían leer en nórdico y entendían a la perfección las viejas runas de línea, que se leían como una clave. Ellos comprendían estas letras tan complejas, que sin duda son el origen del céltico, del rúnico, del persa, de las lenguas hindúes y de los más recientes hebreo y griego.
Los hermanos conocían las sagas más antiguas, como las de Gongú y de Egils, historias atlantes que se ha confundido y tergiversado con el pasar del tiempo. Muchos las han considerado como solo textos poéticos o míticos, pero pocas personas, como los Grimm, Tolkien o Perrault, genuinamente se han puesto en la labor de mirar su misterio y entender de ellas el origen de las civilizaciones más antiguas.
Una de estas enigmáticas civilizaciones es la sumeria, que existió en lo que hoy es Irán e Irak, cerca de los ríos Tigris y Éufrates, y que, al día de hoy, sigue generando inquietudes. No se sabe en qué momento apareció realmente, unos dicen que hace seis mil años, pero sigue siendo incierto. Lo curioso es que hay registros de sumerios y acadios mucho tiempo antes, a veces como rivales, otras, como hermanos. Otro gran misterio de estas culturas es que hace cuatro mil años se esfumaron, sin razón aparente, pero muchos historiadores han dicho que se debió a una guerra enorme con armas de destrucción masiva, como las que se encuentran hoy.
A pesar de no dejar rastro en la Tierra, sí quedaron consignadas grandes calamidades en las escrituras cuneiformes de Sumer, donde se habla de grandes tormentas en el cielo, de vientos malignos y calores volcánicos, muertes de pueblos enteros y destrucción de las casas; de contaminación de aguas, tanto, que hasta los “seres grandes” se elevaron al cielo, pues a ellos también les resultaba imposible contener la tragedia.
Son famosas las tablillas en cuneiforme de los “Lamentos”; las tablillas de Uruk, la de Eridú y Nippur dicen lo mismo y hablan de la Gran Señora de las Ciudades, de Ninki, la Gran rectora, que se elevó en los aires, angustiada, y abandonó sus ciudades a bordo de su disco solar, tan puro, que no podía tocar la Tierra. Estas mismas tablillas hablan de las grandes explosiones, de los discos solares que recogieron, evacuaron y guiaron a pueblos enteros a otras llanuras, a Oriente, hacia la tierra de “los hijos de los azules”, que probablemente se refiera a los hindúes.
Algunas tablillas hablan de lluvias radioactivas, de guerras de gigantes y de ángeles, de gente venida del espacio. Lo cierto es que los zigurats y las ciudades aparecen devastadas, pero hay en el templo de Marduk otras crónicas de seres mágicos y sabios “que no morían”, los llamados “sabios de la Corte de Enlil”, que nunca bajaban del cielo. Se nombra también a los hijos de Enlil, los Ebla, que eran el puente entre la Tierra y el cielo, eran luces mejoradas que podían recibir a las almas caminantes de Inanna o de la Madre Cósmica, de la forma de las estrellas.
Eso es Sumeria, el origen de mucho de lo que hoy existe, la civilización madre de los hebreos, posiblemente, los padres de la Cábala, los padres de los griegos y de las culturas latinas. Hoy, sigue siendo un gran enigma de nuestra historia.
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